Parar o no parar

Eso de buscar la relajación, la tranquilidad, el silencio por medio de técnicas milenarias es algo ya muy extendido entre aquellos que tenemos inquietud por conocer, por saber algo más sobre todo, porque sabemos (o creemos saber) que a través de la quietud llega la calma y con ella, la tan ansiada felicidad al encontrarnos en un estado de serenidad.

Después de varias semanas encerrados en casa, nos hemos podido dar cuenta de la oportunidad que nos ha llegado de parar, sí o sí; de dejar de ir de acá para allá como locos; de hacer las cosas a otro ritmo, de disfrutar de los pequeños detalles, de los seres queridos. Parece que ahora se nos da un poco mejor eso de valorar lo importante y dejar lo accesorio para después.

Pero también es cierto que, detrás de esta quietud, hay mucho movimiento. Porque, lo queramos admitir o no, hay mucha inquietud, mucha incertidumbre por lo que pasará a continuación. Venimos con una inercia muy antigua por preocuparnos por las cosas que todavía no han pasado y ahora, en este frenazo que nos ha obligado la vida a dar, se hace más patente.

Hay quien tiene mucho ingenio e idea planes para que no se le venga la casa encima; hay quien tiene niños pequeños en casa y si no ingenia algo a cada momento, son los niños los que se le vienen encima; hay quien tiene miedo, sencillamente, de volverse un inútil, sin nada que hacer; y también hay quien tiene miedo de lo que está descubriendo en este impase tan extraño que se está viendo forzado a vivir.

Hay gente que, aunque quiera parar, no puede (de una manera física) porque tiene que seguir trabajando —e incluso seguir trabajando más que nunca (como algunos empleos que son muy necesarios en esta crisis)—, pero se da cuenta de que algo muy grande está cambiando.

Todo esto, de alguna u otra manera, es lo que suele sucede cuando nos sentamos a meditar. Quien más, quien menos, ingenia algo que hacer, porque su naturaleza es inquieta; hay quien tiene miedo de lo que se va a encontrar en su interior y se engaña o parapeta en ideas que ha escuchado sobre la mente en blanco o vaya uno a saber lo que les ofrece la mente en esos momentos de «parón mental».

Y hay quien se tira a la piscina, deseoso de conocer esos rincones que suelen permanecer bastante abandonados mientras estamos viviendo todo eso que planeamos.

Imagen de congerdesign en Pixabay

Parar o no parar, he ahí el dilema. Si paro, me siento extraño y mi cuerpo me manda mensajes como hinchazón en las piernas, dolores que antes no tenía… Si paro, mi mente se agita, porque «piensa» que no la necesito y me ofrece todo tipo de historias para que no deje de «comerme el coco» sobre lo que debería hacer, lo que no estoy haciendo, y mil y una torturas más.

Si no paro, puede que no me dé cuenta; pero también puede que me sienta extraño por no aprovechar la ocasión, por no hacer lo que hace todo el mundo —o no hacer lo que no hace todo el mundo—. Si no paro, puede que me entre miedo, por no estarme cuidando; o culpa, por poner en peligro a más gente, por no quererme incluir en el grupo…

Estas son solo algunas de las ideas que pueden estar pasando por nuestra mente en estos momentos, pero sea lo que sea, abrámosles la puerta e invitémosles a entrar, como nos decía en un hermoso poema el gran erudito Rumi:

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