La última vez que hice un vichara (autoindagación fundamentada en la pregunta «¿quién soy yo?», enfocada siempre hacia lo más profundo de uno mismo) con otra persona, sentí que me perdía en todas las posibilidades; mi forma, tal y como la conozco ahora, se desdibujaba para pasar a ser todas las formas posibles. Sentí que podía ser cualquier persona de cualquier parte del mundo y nadie en particular. Me sentí ligera, sin cuerpo, libre.
La belleza de ese momento fue tal que no pensaba que se pudiera repetir. Pero me he encontrado hipnotizada con este vídeo de Lévon Minassian, mirando las miradas de todas esas personas, y me he sentido igual que cuando realicé el vichara. Podía imaginar ilusiones, emociones, circunstancias, su día a día y mi cuerpo se ha vuelto a desdibujar; mi vida ha pasado a ser la de ellos.
Hipnotizada por esos ojos que muestran lo que esos seres son en realidad, con sus sueños que los definen, aunque no se atrevan a perseguirlos. Gentes de todas partes, con diferentes culturas, tan distintas a la mía.
Pensamos que sabemos mucho —hasta algunos creen que saben suficiente—, cuando es imposible. Cómo saber mucho si no podemos vivir todas las vidas; no podemos estar en todos los instantes de todos los corazones. Simplemente, estamos en una pequeñísima parte de lo que es.
Me gustaría poder sentir lo que sienten personas tan distintas a lo que soy ahora aquí como un niño soldado, una mujer afgana, una niña de Somalia o una mujer del Tíbet, por poner algunos ejemplos.
Vivir lo que otros viven puede ser un camino para desvelar la esencia que soy en verdad. Y seguiría sin conocerlo todo.
Hoy he sido un niño indio que salvaba a un oso pardo en mi sueño. O quizá, he sido ese oso, fuerte y asustado.
¿Quién ha soñado? Yo… ¿quién soy yo?
¿Quién ha volcado sus reflexiones en este blog? Yo… ¿quién soy yo?
¿De quién es esa cultura «mía»? Yo… ¿quién soy yo?
¿Quién ha visto este vídeo? Yo… ¿quién soy yo?
¿Quién soy yo? Espero en silencio; nada de lo que aparezca y todo soy.