Mis maestros

Si deseas felicidad durante una hora, tómate unas copas.

Si deseas felicidad durante un año, enamórate.

Si deseas felicidad durante toda una vida, hazte jardinero.

(Proverbio chino)

Yo entendía este dicho con la mente y me parecía que tenía razón porque era lógico pensar que el dedicar tu tiempo a cuidar un jardín tenía que ser algo, además de entretenido, enriquecedor y bello. Pero ahora lo estoy viviendo.

El huerto que tengo la suerte de cuidar me enseña todo el tiempo y me he dado cuenta de que es como uno de esos maestros silenciosos que no te explican, sino que te muestran con hechos.

Por un lado, leo mucho para conocer cuándos, cómos, qués y porqués.

Me observo cuando «me permito» tener flores que me apetece que adornen el jardín, ya que mi mente pragmática busca disculparse eligiendo flores que pueden resultar útiles para el huerto porque atraen abejas o sirven de repelente contra los bichos que hacen daño a las plantas del huerto.

Recoger los frutos después de haber visto cómo nacen, crecen y van madurando es indescriptible: sentir en el cuerpo la comunión con la tierra cuando cosechas, agradeciendo a la planta, al sol, a la tierra, al agua todo lo que te dan…

El disfrute de la comida sana porque son la suma de todo eso: agua + tierra + sol…

El desapego cuando una idea no puede llevarse a cabo porque no se dan las condiciones; cuando probamos a plantar cosas que nos apetece tener, pero cuando a lo mejor no es la mejor época y se enferman o no duran mucho tiempo…

Viéndonos vivir desde el huerto, con las «pre-ocupaciones» típicas de los padres por sus hijos: que si hemos hecho todo lo que hay que hacer; que si nos vamos unos días fuera…

Aprendiendo de los errores; dándonos permiso a equivocarnos…

Con compasión y comprensión… Observación hacia fuera y hacia dentro.

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